Encuentro
Encuentro
Anochecía. Parpadeaban las primeras estrellas mientras yo continuaba allí sentado, esperando que ocurriera lo que yo tanto tiempo había deseado.
Se levantó una brisa agradables y fresca…
...que me traía su aroma dulce, que salpicaba su piel morena con suaves notas florales que se me antojaban caprichosas y sensuales. La escuché acercase tímida, con resignación pausada y febril a la vez. Me alcanzó con sus brazos, con infinita paciencia, dispuesta a darme tanto…
Habían pasado pocas horas desde que llegamos al faro, que -majestuoso- se alzaba sobre la colina, dominando el distinguido perímetro que la costa nos ofrecía. La ascensión al montículo resultó divertida, con pequeñas paradas en el camino amenizadas por miradas traviesas que dejaban entrever cierta atracción, oculta bajo el mismo nerviosismo que nos conducía a cada cita. El Sol lucía imponente, marcaba esa presencia de astro rey que ilumina nuestros rostros, realzaba ese temperamento que lo caracteriza en los días claros de verano.
Una vez que alcanzamos la cima, percibimos cuánto había merecido la pena subir el extenso trecho, por una carretera en cuesta continua, un camino bordeado por amplios terrenos rurales que, si cabe, lo hacían aún más enriquecedor y le proporcionaban un encanto natural y único. La vista era impresionantemente bella. La dilatada vastedad de las aguas del bravo mar nos rodeaba.
No tengo recuerdos anteriores de una experiencia tan magnífica: la compleja combinación de azules del agua y del cielo, en contraste con la nívea espuma nacida del máximo esplendor de las olas, tras la tenue rozadura al romper contra las rocas altivas que dibujan el contorno de las playas del lugar. Allí permanecimos juntos, riendo y charlando, con la sensación de estar viviendo un instante mágico prolongado por tiempo indefinido. Comenzaba el dominio de la noche.
Iluminados por los luceros del poderoso firmamento que nos arropaba, se nos brindaba el candor de un techo protector poblado de prodigiosas señales que engrandecían la ocasión. La oscuridad avanzaba lenta, absorbiendo las luces que ya fueron abandonadas a su propio destino.
Cuando ella se acercó a mi cuerpo -su melena suavemente mecida por el viento- me estremecí de inmediato, intuí llegar el momento tantas veces ansiado, sentí un placer insólito. Se sentó a mi lado, arrimó su esbelta silueta y acarició mis manos con eterna dulzura, ante el absorbente paisaje que nuestros ojos chispeantes observaban. Una risa nerviosa se escapó de mis labios y, entonces, surgió la chispa; sus labios taparon el gesto de mi boca,
mi lengua exploró delicadamente la carnosidad que me ofrecía y la pasión dejó sueltos todos sus demonios.
Allí mismo la hice mía, ella me hizo suyo por siempre. El silencio se adueño del tiempo, con soberanía absoluta. Y las nubes se transformaron en fuego -éter teñido de rojo irisado- cual delirio de los dioses. Parecía como si los ángeles, adormecidos en sus lechos de algodón, nos enviaran su bendición celestial. En ese instante mi corazón dejó de latir, sucumbiendo a los oscuros deseos tanto tiempo escondidos.
Era tan feliz, tan intensamente feliz, como embriagado del loco amor que me poseía. Ambos yacíamos sobre la hierba; la piel aún temblando de emoción, su vientre plano ante mí, su mirada dorada, transparente, bailando entre el abismo y mi rostro, sus dedos entrelazados con los míos…
No logro olvidar aquél día. Y cuando lo trae el pensamiento, revivo cada sensación, cada caricia. De alguna manera, me atrapa en aquel sueño fantástico que marcó un desconocido rumbo en nuestras vidas y me arrastra al inquieto mundo de las emociones. No quiero olvidar aquel día.
Hoy, tres años después, me encuentro de nuevo bajo este faro imperial que fue testigo de aquella locura, del frenesí de nuestra existencia. Y ella se aproxima a mí, para observar, una vez más, el poderío que la naturaleza nos muestra, esa lucha de fuerzas vivas bellas: el Cielo, la Tierra y el Mar. Una mano pequeña me agarra por detrás, tira de mí con desgarro infantil. “Vamos a ver esa estrella, papá -me dice-, vamos, ¡qué se me escapa!”.
Y juntos avanzamos, ella y yo, y el fruto de nuestro amor.
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