La sonrisa de Víctor

17.04.2013 00:40

 

La sonrisa de Víctor

 

Existen muchas precauciones para aprisionar a una persona dentro de lo que es,

como si viviéramos en un perpetuo temor de que pudiera escaparse de ello, que

pudiera desaparecer y eludir súbitamente su condición”

 

Erving Goffman

 

    Dejo caer los párpados y niego la cegadora luz a estos azules ojos, cansados de ver desprecio. Y su imagen acude a mí, en socorro de esta identidad mil veces perdida y otras tantas hallada, como aquella primera ocasión en que vino a mi vida volando sobre las alas del pez lagarto. Su cabeza de león me hablaba, rodeada de collares multicolor, el cabello recogido en un pañuelo rojo de sangre y pasión. La voz que escucho me dice: “Aprisa, no te entretengas, vamos”. Mientras, mueve manos y brazos como si fueran mariposas en primavera, agitando los brazaletes y abalorios que adornan su forma terrenal. Ella, la diosa Bachuhara Mata, dirigió de tal modo mi boda con mi identidad femenina -atrapada en un cuerpo de hombre- que sufrió poco a poco la mágica y paulatina transformación en la búsqueda del reconocimiento de la impar sociedad, huyendo de las estrategias de ocultamiento.

 

    El aliento de la brisa marina me inunda y eso reconforta mi alma. Debo apresurarme o no llegaré a tiempo. Hoy es un día especial, será la última cita sobre la tarima del escenario, a medio camino entre Luís y Lyss. Tal vez se dé cita la añoranza del mundo del espectáculo, pero jamás echaré de menos la sensación de vivir estigmatizado ni los tiempos de secreto y disimulo que dominaron mi vida. Un paseo por la orilla del mar aplacará mis nervios. Es el momento de echar la vista atrás, rememorando aquellos días de lucha, cuando comenzaron a ser notorios mis pasos por el oscuro camino de la doble vida: aprendiz de peluquería de día, corista de noche. Luís, en el “Salón Chacón”; Lyss, en la sala de fiestas “Lulú, espectáculos y variedades”.

 

    El secreto fue el recurso fundamental en esos años de supervivencia. Recuerdo especialmente el día -más bien la noche- en que él, entre cauto y asustado, se me acercó tras los bastidores, justo antes del comienzo del acto (después de meses demostrando mi valía y ensayando duro, conseguí tener mi propia actuación los viernes por la noche, de 1:00 a 1:30 y de 2:30 a 3:00) y me dijo: “Me gustas mucho”. Mi corazón se volvió loco, alcanzando un ritmo que nunca creí que fuera posible. Hacía al menos 3 semanas lo había descubierto sentado en la mesa n.º 3, siempre la misma mesa, siempre solo, impecablemente embuchado en trajes de Armani o Florentino indistintamente, bien peinado y rasurado con mimo. Pero no fue eso lo que me atrajo de él, aunque debo reconocer que su estilo cuidado y su piel morena son un importante aliciente para que uno desvíe la mirada a tan estructural adonis, sino su presencia distraída y ausente, como si hubiera caído del cielo por azar en este mundo de transformaciones y engaños. Reconocí en su persona al típico espectador huidizo que acude a estos locales escapando de sus propios fantasmas: que está donde quiere estar sin saber con certeza que realmente eso es lo que desea y rechaza, pero, de vez en cuando, sucumbe a sus instintos y aparece en el círculo sagrado de la sexualidad perdida.

 

    Tal vez por eso, valoré lo complicado de su atrevimiento y, por eso mismo, al finalizar mi compromiso con la gala, desmaquillé mi rostro; desnudé mi cuerpo de la vistosa ornamentación; retomé el atuendo del universo de los socialmente aceptados. Por un segundo dudé, “¿y si se ha marchado?, ¿y si interpreté mal sus palabras?, ¿y si…?”. Estaba nervioso, eso no podía negarlo, mas la franqueza de su declaración engrandecía mi ánimo. Así, con la seguridad que me había empeñado toda una vida en lograr, acudí a la mesa n.º 3 y allí estaba, como desconectado. Me senté a su lado.

 

_¡Hola, soy Luís!

 

_¡Ehhh! _se giró asustado _Soy… _dio un trago al Vodka sin hielo que descansaba junto a sus estilizadas manos _yo soy Víctor.

 

_No me reconoces, ¿verdad?

 

_No sé muy bien que decirte. Tus ojos…

 

_Bueno, seguro que te recuerdan el cielo de la mañana _intentaba bromear, pero lo vi perdido y decidí no seguir el juego para no bloquearle. _Perdona, era guasa, soy el de antes.

 

_No sé…

 

_Soy Lyss, la de la melena rosa.

 

_¡Vaya…, qué sorpresa! _una sonrisa iluminó su tez tostada.

 

    Así surgió la chispa que aun nos mantiene unidos. La atracción dio paso al amor, y el amor al compromiso. La verdad es que Víctor pertenecía a un entorno donde el elevado estatus hacía más difícil el reconocimiento de los propios sentimientos -director ejecutivo de una importante empresa nacional- con leyes que castigan la homosexualidad como aquellas que atañen a la moral y las buenas costumbres; y ello le hacía vivir como un ser taciturno, recluido en una vorágine de dolor y frustración. Pero en nuestro espacio privado era un hombre risueño y feliz, inspirado constantemente por la luz del sol era capaz de las más insospechadas travesuras. Hicimos un trato, un pacto con el diablo. Yo le ayudaría a escapar de su jaula de oro con puertas de cristal de Bohemia y él colaboraría en nuestra incorporación al universo de las relaciones sociales. Este vínculo era sólo nuestro, de nadie más, como cualquier nexo entre cualquier pareja enamorada. Por fin llegó el día, hoy tendrá lugar la última función de Lyss en “Lulú”, y la sensación de gloria solamente podrá compararse con la inauguración de “Luix: salón de peluquería unisex”.

 

    Debo apartar mis pensamientos de tantos recuerdos para dar los últimos pasos. Me siento como Jan Morris cuando contemplaba Venecia por última vez con la mirada de James, deseando volver a observarla con la sensibilidad y el entusiasmo reencontrados bajo el aspecto que siempre debió tener, porque eso es lo que percibía desde su más sincero mundo interior. Me alejo del agua junto a Víctor y nuestros pasos acompasados se mezclan, mientras las huellas curvadas se imprimen sobre la arena en espera del aire que habrá de borrarlas, ese mismo aire que se siente como si fuera a llover. Le miro y parece estar esperándome para sonreírme.

 

 

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