Navidad

17.04.2013 00:34

Navidad

 

    Es Navidad.

 

    Por fin estamos otra vez reunidos, mi hermana, mi hermano, papá, mamá, el abuelo, incluso Gus, el pastor alemán que aterrizó en nuestras vidas por azar y se ganó el cariño de todos y cada uno de nosotros.

 

    El camino ha resultado pesado, no paró de llover en todo el trayecto. El caer continuo de las gotas, golpeándose con brío contra el cristal del coche, era perturbador. El agua chisporroteaba por entre las ruedas que -veloces- rodaban sobre la carretera, sorteando charcos y sacudidas derivadas del temporal. La lluvia era tan intensa que, en el escaso recorrido desde el coche hasta el hogar, nos empapó a todos con generoso ánimo.

 

    Por fin en casa, el apacible calor ofrecido por las brasas ardiendo lentamente en la chimenea empezaba a ahuyentar la humedad de nuestros huesos. El tacto del pijama de algodón -regalo de mamá, encubierto bajo el protagonismo de Papá Noel- me envuelve cálidamente.

 

    Me acerco a la mesa auxiliar repleta, a buen seguro, de dulces; y palpo -sin disimulo- en la primera cestilla que se pone a mi alcance. Cruje el celofán en mis dedos. Abro el misterioso paquetito, redondeado, e introduzco el contenido en mi boca. El dulce sabor del chocolate se expande y me lleva a la gloria. Un crujido, leve, delata la impaciencia por devorarlo y hallar más. Así es, el líquido espeso, un ingenuo toque de licor, se derrama sobre la -ahora callada- húmeda almohada que lo aguarda, ávida de sensaciones, y se impregna de todo su esplendor.

 

    Por fin, todos juntos, celebramos una comida en el acogedor regazo de la familia. El aroma de la carne asándose en el horno me inunda, la fragancia dulce de la cebolla, el estimulante olor del incienso, el embriagador perfume de lavanda y melisa… Mis sentidos se crecen ante el poderosos embrujo de la vida, la magia en apoteósico frenesí.

 

    Sobre la música de fondo que nos acompaña, Carmina Burana -tradición familiar inevitable- en un volumen suave y cordial, escucho el tintineo del cristal. Ya empezamos con el preludio de la cena, el brindis dará comienzo a una agradable velada. Mi hermano, seguro que es él, abre una botella de espumoso cava. El abrupto sonido del corcho escapando de su jaula de vidrio me delata sus intenciones y acerco mi copa a él. Sé que me servirá primero, no puedo verlo, pero puedo sentirlo; un accidente me arrebató la vista, pero Dios me dio algo mejor, fortaleza para sobrevivir y un mayor desarrollo de los sentidos.

 

    Alguien me abraza, la envoltura en canela y sándalo me transporta a los brazos de mi madre. La beso y brindamos.

 

    Por fin es Navidad, otra reunión con los seres que más quiero.

 

 

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