Resurrección

17.04.2013 00:47

Resurrección

 

    Cierro los ojos lentamente, percibo como el cansancio se apodera de un párpado primero y después el otro. Ya no siento nada. Mi cuerpo cae flácido como si estuviera muerto, mas no lo está porque algo dentro de él sigue latiendo con fuerza.

 

    Existe un pequeño resquicio por donde entra la luz, tenue, pero siempre viva. Te ilumina en lo que presiento son mis sueños. Digo sueños porque hace tiempo que tú no te sientas a mi lado acariciándome la espalda, ni me besas sutil la raíz de los cabellos que tantas veces enredaste entre tus dedos, ni dibujas el contorno de mis labios con los tuyos, ni me susurras al oído las melodías que en mi ausencia componías, ni nada de nada.

 

    Sin embargo, en este mundo onírico que sólo es mío, el contorno de tu figura se presenta arrogante, me tiende la mano para acercar esa silueta que no veo, pero sé que es la mía, porque cuando se le encoge el estómago al sentir tu tacto yo también lo siento, aun en ese estado latente en que nos instala el mundo de la noche al abandonarnos al descanso (escaso, pero necesario). Y en mis sueños me abrazas y hueles el aroma de un espíritu cansino que te busca. Las sombras se hacen día para envolvernos en paz y armonía, para engañar al subconsciente que añora tu presencia. En cambio, el corazón no se deja atrapar en la mentira que encierran tus palabras; siente y vive; sufre y muere; llora, canta, ríe…

 

    Es entonces cuando recuerdo lo que te extraño, cuando se me estremece el alma y mi piel se eriza, como si me besaras por dentro. Y dos lágrimas humedecen mi rostro dormido: una de ellas para arrastrar tantas emociones al mar del olvido, la segunda para disfrazar la angustia de tu pérdida en resurrección.

 

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